viernes, 10 de mayo de 2013

Recuperando utopías...


Es bueno renovar nuestra capacidad de asombro
_dijo el filósofo_. Los viajes interplanetarios 
nos han devuelto a la infancia.
 Ray Bradbury 
 presentación de Crónicas Marcianas.


 ¿Cuáles deberían ser los objetivos de la educación/ formación de hoy, 

las utopías que debemos recuperar o inventar? 


Estas son algunas de las preguntas que han sido propuestas en el curso que estoy comenzando para  reflexionar...

Y entre los materiales, destacaba entre otras, también la siguiente... 
¿qué os gustaría que no se perdiese con la  tecnología, qué debería estar por encima de ésta? 

La propuesta en algún momento mencionaba el hecho de "recuperar la utopía" en concreto las utopías pedagógicas... Me ha parecido que las preguntas apuntan y señalan un mismo núcleo: al ser humano que somos, el qué hemos sido y el que desconocemos cómo será...
E inevitablemente la reflexión me lleva, en el inicio, a los clásicos...

Este recorrido hace una primera parada en la tensión socrática. Miro dos polos, dos tensiones, que intuyo que la educación no debe perder:

_ La capacidad de asombro, la sugerencia de la pregunta. 
Es el carácter más expansivo de esta tensión, la del cuestionar el saber (saberes, información, los datos), la del "sólo sé que no sé nada" que hoy podemos intuirla metamorfoseada. Percibida en el momento en que apabulla el caótico caudal de información de nuestros timeline varios... 
Si estamos atentos, quizás la reconocemos en la tímida queja del inicio de cualquier actividad pedagógica, en el "es mucho material", "no sé por dónde comenzar", "qué fuente elijo", etc. 
Este asombrarse, preguntar y percibir lo ignorado es el tesoro del cuál Socrates planteaba el alumbrar "lo nuevo"... Creo que el retorno a la infancia, el beta permanente, es algo que la educación no puede perder sin perderse.

_ Un segundo polo, más intrínseco, es el del "conócete a ti mismo" que proponía el filósofo. 
Comienza a ser percibida (cada vez más urgente) la necesaria educación en la intimidad, interioridad. Crear posibilidades de desconexión. Solitariedad que no aislamiento. Dar cabida en toda pedagogía al pensamiento crítico, a la autonomía y autoconocimiento, por tanto, al acto creativo. Creatividad que se nutre y alterna entre el compartir y la producción solitaria, en ocasiones artesana.

Otro alto en el camino reflexivo, me lo ofrecía el comentario de un compañero del curso al hablar de la Ciencia Ficción y sus miles de futuros posibles... Un marco para pensar lo que no queremos que se pierda con la tecnología... O planteando de otra manera lo que queremos que permanezca... 
Esta señal de mi compañero me ha remitido a mis lecturas de infancia de Bradbury, Asimov o A. Clark y a los visionados de la serie británica Black Mirrow o a la recién estrenada Oblivion. Sugerentes mundos que me invitan a reafirmar una certeza, un mantra personal de poderosa fuerza pedagógica: Nada de lo humano me es ajeno.
El educador, el formador, el animador o el curator (de contenidos) necesita no perder de vista lo "humano". Humanidad que paradójicamente en cada época adquirirá significados nuevos y referencias de siempre.

Un aspecto que deseo mencionar es la para mí "necesaria" superación de la dualidad "lo natural" vs "lo técnológico". Dualidad que aparece en muchos reclamos actuales. La descubro a diario en conversaciones, en artículos de divulgación, etc. Relaciono con ello, además, una característica que me parece imprescindible en cualquier pedagogía: la de evitar el miedo. Me refiero a perder el miedo en el discurso pedagógico. 
No tener miedo al hecho tecnológico o a la tecnología. Lo natural, en los seres humanos, es que seamos tecnológicos. Somos seres con tecnología, creadores de tecnología porque somos seres abiertos, inacabados. Desde antes del fuego, pasando por la imprenta. Creo que la tecnofobia, puede presentarse como antipedagógica, por dos razones: porque la tecnología es parte de "lo humano" y toda pedagogía por definición tiene que ser humanizadora y otra por finalidad, ya que cualquier pedagogía presupone o necesita de la esperanza como horizonte. Esta última mención es inspirada por otra necesaria, para mí, parada en el camino pedagógico: el detenerse a la sombra del árbol de Paulo Freire. Dejo por tanto la "palabra", siempre actual, a él:


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